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Clarice Lispector y la hora de la estrella

En la única entrevista grabada por cámara que le hicieron a Clarice desde mis ojos se le veía cansada, no es una suposición, realmente estaba cansada. Ella misma lo confirma durante la entrevista al vociferar con sinceridad que estaba enferma; enferma y cansada, sentía ya el tiempo venidero, la muerte. Sin embargo, no es solo el cansancio físico de un cuerpo que está dando los últimos alientos lo que veía, también cansada de la entrevista y del entrevistador. Digo que así lo notaba por sus respuestas cortas o la evasión de varias preguntas: -Clarice se quedaba quieta mirando retadoramente a la cámara o seria al entrevistador y con una cara frívola decía que no quería contestar. La sinceridad cruda también de varias de sus respuestas transmite el objetivo de dejar por fin fulminantemente callado al que le preguntaba por su intimidad. Y es eso ¿por qué aquellos que trabajan para revelar la vida de una escritora se sienten con la autoridad de abrir heridas y dejarlas sangrar? Un no rotundo, una mentira, una mirada o la sencillez de la respuesta era la defensa de Clarice.


De Clarice sé poco, he leído dos obras de ella altamente recomendables: La hora de la estrella y aprendizaje o el libro de los placeres. Y he leído una que otra entrevista. Una de ellas me dejó bastante sorprendida, donde se cuenta que cuando se quemó su casa, Clarice dormía y su mano, justo su mano con la que dedicaba el tiempo a la escritura, tuvo quemaduras graves. ¿Cuál es el terror de imaginar que no se puede volver a escribir? Clarice se recuperó, su mano se recuperó. Así pues, de Clarice sé poco y no sé mucho de nada de ella.


Pero voy por la vida con esta inquietud sobre las escritoras, puntualmente las escritoras que han vivido y viven en Latinoamérica, y por las historias que cuentan y si eso es posible, entender qué escriben, cómo lo escriben y por qué lo escriben. No, no, no más allá de entender, lo que verdaderamente deseo es, como dice Clarice Lispector en la entrevista, sentir, entrar en contacto con su escritura por medio de mi escritura, evocando todo, olvidando todo, reescribiendo todo, y quizás como un deseo que se hace real, poder vivir.

En la única entrevista grabada por cámara que le hicieron a Clarice Lispector habla del último libro que escribió, el primero que leí de ella. Un libro donde el personaje principal muere y al ver la entrevista y escuchar esta frase que dice al preguntársele “¿pero usted no renace y se renueva en cada nuevo trabajo?” a lo que responde “Bueno ahora morí, vamos a ver si renazco. Pero ahora estoy muerta. Estoy hablando desde mi tumba”. Justo con esa frase se termina la entrevista. Luego unos meses después muere, pero antes, unos meses antes terminó su libro y su protagonista muere, y ella, Clarice, muere con esa novela también.


Enredo el hilo, desde mi habitación entro en un trance paranoico y la palabra muerte y escritura late como un corazón desesperado. ¿Qué es eso de que tu mueres cuando escribes? ¿Qué es eso? Quiero comprender y volver a mi infancia donde aprendí la pureza de aprender. Pienso mientras escribo que la escritura no debe subestimarse y escribir no es solo una acción impregnada en papel, se impregna en el cuerpo y cuando algo está girando en el cuerpo, siempre algo vivaz pasará como la muerte en vida.


NOTAS DE LO QUE PIENSO AL LEER LA HORA DE LA ESTRELLA


1. ¿Qué nos hace ser y darle con nuestro ser sentido a la vida? ¿Es importante ser?

Arranca la historia con un contexto: una mujer que no es nadie. Llega a la mitad con una ruptura: una mujer que

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se da cuenta de la libertad. Desde ahí pasan cosas que a la protagonista le hacen dar cuenta, sin darse cuenta, que puede que sí sea alguien y que tiene derecho como cualquiera de encontrarse con un mensaje que no esperaba, de recibir de la nada noticias buenas, de ganarse un beso tierno y tener ese ligero suspiro, que tienen las personas, al decir sin mucha trascendencia que la vida es alegre. Llega el final, la muerte de la mujer tras encontrar su rumbo,


su futuro.


¿Será que cuando nos hacemos conscientes de quiénes somos y de que tenemos un futuro morimos? ¿Pero por qué pasaría esto? ¿pasará esto por qué empezamos a crear ilusiones, expectativas que cuando llega el yo futuro que planeó el yo pasado, el yo futuro ha matado al yo pasado? o ¿al contrario es una muerte simbólica porque el yo anterior ha encarcelado al yo futuro haciéndolo ser un ser sin oportunidad de morir y volver a ser otro?


Clarice dice que ella no es una escritora, que ella es una amateur, porque ser escritora es un compromiso que le quita libertad. De pronto tener una gran convicción de que es nuestro ser y anclarlo a un puerto seguro es igual a matarlo, es decir igual a dejarlo seco de libertad.

La mujer protagonista de la hora de la estrella como cualquier persona tiene un nombre, Macabea, y tiene una profesión dactilógrafa y además tiene un territorio, que señala como su lugar de nacimiento, el Nordeste. Situaciones que nos hacen ser personas ¿no? El lugar de donde nacemos, el nombre que nos dan y la profesión que escogemos o nos escoge o nos escogen, y como lo veo ahora, nos aprisiona. Aunque estas situaciones nos hacen ser, no son suficientes, porque Macabea, ella, no era nadie. Su nombre no tenía un significado, no tenía lazos estrechos en su territorio y ejercía su profesión desde una situación paupérrima. Existía sin existir. Y murió y fue el fin.


Clarice lanza hacía sus lectoras o ese fue mi caso, preguntas profundamente filosóficas. Cualquier alborotó tiene la capacidad de nacer desde su lectura. Cualquier otra lectura podría llegar a conclusiones múltiples alborotadas. Pero el alboroto que causa en mí es por la importancia de ser alguien en la vida y sobre las vueltas de qué es ser alguien en la vida y por qué es mejor ser alguien en la vida que no ser alguien en la vida.


Como se narra en el libro, Macabea vivía compartiendo su intimidad con otras tres mujeres alcanzando a olerse sus sueños, los sueños sin paz, sin pan, donde el dinero no alcanza para entrar a las comodidades de la vida y comer algo saludable da dolor de estómago. Ella existía sin existir, no se nombra su familia, le duele el cuerpo, le duele el estómago cuando come y no disfruta de lo que come, no escucha música, nunca cantaba, se ve al espejo y ni se detiene, se desprecia, pero no sabe por qué, ahhhh, todo un mar de palabras utilizó Clarice para dejar claro que Macabea era una pobre humana que no perturbaba nada y nadie la perturbaba.


Dos almas penosas

una escribiendo

y otra leyendo

sobre la mujer silenciosa

que no es perturbada

y cuando es perturbada por fin muere.


Al describir Clarice varios momentos vividos por la protagonista para retratar su inexistencia, su vacío en el centro del pecho, donde me imagino que está el ser (sustancia), su cuerpo sin importancia roído por la pobreza, lo hace desde lo que Macabea carece, entonces concluiría que ser es todo lo que creemos que es esencial para vivir, y lo esencial en la novela es comer, intimidad, escuchar música, soledad, familia, sensualidad, salud, vestido, una mirada tierna de un hombre y los planes que se hacen a futuro: constatación de que nuestra vida se alarga.


Cada quien definirá esos puntos esenciales que gravitan en sus vidas y los hacen ser, yo me pregunto es de donde proviene lo que nosotras creemos que es ser y que eso precisamente es lo que nos completa. Provendrá de algo ¿interno o impuesto? No podremos saberlo con claridad.


La ruptura que tiene Macabea para mí es significativa. Sé muy bien por qué, es porque soy una romántica con el tema de la soledad y la libertad. Macabea tuvo una mañana donde se quedó sola en el cuarto, ahí sucede la ruptura y así se lee:


"Entonces, al día siguiente, cuando las cuatro Marías cansadas fueron a trabajar, ella tuvo por primera vez en su vida una de las cosas más valiosas: la soledad. Tenía el cuarto sólo para ella. No creía usufructuar mucho espacio. Y no se escuchaba ni una palabra. Entonces, en un acto de absoluto coraje pues su tía no la hubiese entendido, se puso a bailar. Danzaba y giraba porque al estar sola se volvía: ¡l-i-b-r-e! "


Podemos llegar a ser, estar completas, pero son instantes que existen y se desvanecen. Eso es lo que nos ocurre día tras día. Días que existen y se desvanecen. Y nosotras somos días, somos instantes. Lo perjudicial es clavarnos a un instante, a un día, a un nosotras.


2. Pero ¿por qué es más vital no ser que ser?


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No ser permite vivir sin rumbo. Mantenerse en el no ser abre la posibilidad de convertirnos en otros, sin embargo, no ser es un estado que cuesta, pues es en mi es mantenido con desespero, sospecha y recelo. No ser, nos lleva a ser, y devuelta a no ser. Es un estado que nos acompaña y nos ocupa para movernos. No ser es vital porque es algo que está igual que el aire.


Ser significa la muerte, desde la lectura lo ratifico de este modo, pues fue la muerte lo que encontró Macabea cuando se sintió un ser completo. Ser es la muerte que sucede en el clímax de la revelación, un estallido turbulento antes de sentirnos vaciadas, no encontradas, en el camino, pero sin sentido. La muerte es la noche de la estrella, instantánea puesta en un centelleo: prenderse, apagarse, prenderse, apagarse. La muerte no es el fin, ciertamente quedamos sin nombre, sin refugio, sin sostén, las palabras no toman sentido, y el tiempo transcurre así hasta que hay una ruptura y el conocimiento de nosotras vuelve a suceder, nos volvemos a llenar: somos. Es un loop, un ciclo entre la vida-no ser- y la muerte-ser-, un centelleo. Todo es un paso al siguiente paso.


En los pasos que nos constituyen son las preguntas la naturalidad del mismo paso. Damos pasos sin detenernos a contemplar los pasos, damos pasos como si fuera los más normal del mundo, pero dar pasos es divino. Hacemos cosas divinas sin saber que lo son. Así le sucede a Macabea, sabía cosas sin saberlas, las tenía guardadas en ese interior del pecho viscoso que se nos es incapaz de traspasar. Así también mantenía preguntas abiertas que no tenían carácter de cuestiones, ni siquiera carácter de frases dudosas, pero mantenía bajo su piel de plástico pegado al cuerpo preguntas, que pretendía resolver sin pretenderlo, solo era alguien que seguía el rumbo de la vida y llegado el momento de las respuestas por un personaje sabio, pero hasta las más sabia cae en confusiones e ilusiones, Macabea muere.


Las preguntas son atrevimientos. Las preguntas son riesgosas. Las preguntas nos desnudan. Las preguntas nos matan. Las preguntas hacen temblar el suelo del que pisamos, y después de ir encontrando luces las grietas del suelo son más tácitas, más evidentes. El riesgo está cuando las grietas se vuelven huecos hondos y por ahí caemos. Todo por el atrevimiento. Macabea se atrevió, las respuestas llegaron como un soplo de vida angustiado de esperanza, ese soplo llevaba la misma velocidad que la del carro que atropello a Macabea, después de salir con sus ojos brillantes de angustiada esperanza del consultorio de la sabia que le leyó su futuro esplendoroso, que la elevo y rápido como ese soplo fue derribada. Derribarse cuando no eres, cuando te preguntas, es estar muerta desnuda en el suelo y tener que levantarte de nuevo a encontrar refugio, a encontrar vestidos para hacer de ellos un ser medianamente en calma, un ser completo que pretende transitar en la estabilidad. Es vital no ser, ser, no ser, ser. Porque tienes la oportunidad de nacer, y revivir, y nacer y revivir, y ver y vivir todo como la primera vez. Para eso debes rasgarte la vestidura, entrar en el caos y desnudarte ante el mundo. Es riesgoso, pero así solo se hace el tránsito entre ser y no ser. El atrevimiento y el riesgo. Las preguntas son atrevimientos. Las preguntas son riesgosas. Las preguntas nos desnudan. Las preguntas nos matan.


3. El deseo de un sueño profundo que persiste mientras se lee el final y después de leer.


Es la muerte el rastro que deja esta novela. Es el cansancio el rastro que deja esta novela. Es la inexistencia el rastro que deja esta novela. Una novela no es solo una novela, palabras escritas que cuentan, es la vida que ha dejado alguien, es su fuerza, en este caso, es el último suspiro.


Leer una novela, no es solo leer una novela, es entrar en contacto con fuerzas, es pasar a otro plano y tocar la vida de alguien que en este caso ya no está. Escribir y leer provienen de la misma piedra. Escribir y leer, en un punto son los menjurjes para elevar la vida, sin decir con esto que estaremos mejor, que seremos mejores, válidos para respirar, repletos de felicidad. Leer y escribir mientras leo el final es estar destruida. Una elevación porque entró en contacto con las palabras. La escritura no es sola, ahora también sus palabras hacen parte de mí y ahora yo también escribo esto desde mi tumba. Puede ser que la escritura de la mujer es la crudeza de la inexistencia. O por qué esta sensación de que a pesar de ser tanto al final, en la noche antes de dormir, no soy nadie.


Si la muerte cubrió la escritura de esta novela. La lectura está cubierta de muerte, y el vacío que hay después de leer está adentro. Vaciada me siento. Dicen que no hay vida después de la muerte y mírennos aquí, leyendo algo que perdura después de la muerte, la muerte simbólica ¿qué no es igual real que lo real? y ¿tendríamos que pararnos a pensar que es la realidad? ¿la realidad no es pues lo que inventamos? y ¿lo que los demás inventan y les ha funcionado para tener el poder? y ¿escapar de la realidad no sería lo que fragua la escritura: toda una creación inventiva donde se pierde los límites de lo irreal, lo simbólico, lo de más allá, lo de más acá, ¿la realidad? ¿no es acaso todo eso que dije la vida?


La escritura de Clarice te deja en trance, parece una maldición. ¿Quién quiere pasar sus días como si soñara? Como quien sueña en la muerte. Pero es el trance que ella pide para poder entrar en contacto con su escritura. Quizás es el trance que ella pide para entrar en la lectura de quien sea, y para llegar a la escritura de quien quiera que sea yo quien escribe.

Trance.


Estoy entrando en un trance del sueño. Cierro los ojos pero no descanso porque mi mente está pensando en por qué Macabea no era nadie y cuando se dio cuenta que tenía libertad, algunos caminos internos podía tomar, y el único, único,único de muchos que se dio fue el de su muerte. La muerte no sucede porque sí…


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