Tiempo muerto
Miré de frente al mar y me quedé sin palabras.
Recostada sobre la arena pegada mi cabeza a un tronco me entregué a la contemplación de las aguas que se alargan y recogen, alargan y recogen del mar pacífico específicamente de la playa Juan de Dios en Buenaventura. Recostada se venía despacio; como quien no está atenta solo allí dándole igual que suceda todo o nada, palabra a palabra formando al final una idea sobre lo que contemplaba:
Estar en el mar es estar en un tiempo muerto.
La contemplación del mar.
Visitar al mar.
Nadar en el mar.
Sumergirse en el mar.
Entregarse al vaivén silencioso y vivo de las olas.
Estar en un tiempo muerto.
Nuestras palabras natales no existen. El lenguaje que aprendimos al nacer está encarcelado. El silencio es lo único oído. Es un tiempo que nosotrxs sabemos que afecta los relojes de los mundos.
Estar en el mar es estar en un tiempo muerto.
Miro de nuevo y de frente vuelve a estar en el mar, tan lento, tan silencioso, tan cíclico y de la nada mi vista queda en blanco.
No tengo ninguna palabra. Ningún yo. Ningún tiempo. Ninguna alusión a la vida. Veo el mar y veo la muerte. Veo el fin de todo lo que puede importarme. Y estoy tan lenta, tan silenciosa, tan cíclica. ¿Aquél será el estado al que llegamos después de muertos?
Estar en el mar es estar en un tiempo muerto.
Una tristeza insondable se asienta en el fondo de mis aguas tan oscura como su arena. Estar allá arriba fue increíble, pero ella misma se aleja y una se aleja y no sabe cuando es que va volver. O una se aleja y quisiera que lo sentido nunca se fuera de su corazón. Memoria que me borra. La tristeza se asienta con corales, piedras, peces, tronco y hojas. Una tristeza pesada y ligera. Ahora lejos hasta ya se me olvido. Se me quitaron las ganas de llorar en el momento uno que toque puerto en Buenaventura. Fue como si aquella contemplación jamás hubiera existido. Una mirada cegadora que se la llevo la misma ola. Una mirada cegadora que quedo en la misma marea y ahora pienso en ella tan lenta, tan silenciosa, tan cíclica.
Miré de frente al mar, mire el tiempo muerto y me quede helada, pero continúe.
Tiempo vivo
Miré de frente el mar y ya no veo solo el mar. Veo lo que hay a su alrededor. Ya no solo lo veo de frente, si no que lo veo desde su interior, desde sus latidos, desde sus inmensas e invisibles comunidades. Ahora veo un tiempo que pasa: el tiempo donde no se puede pescar, por ejemplo, porque el mar esta parido, es decir esta ensangrentado, es decir tiene unas algas rojas fétidas que inundan las costas de un olor penetrable que ahuyenta los peces y a la gente que los pesca.
Por ejemplo, mar adentro dentro de una lancha pude ver el mar mas bravo de mi historia. Poca es la quietud y ciclicidad con que lo nombre anteriormente. Es bravo, feroz y picudo. Recuerdo que cuando íbamos hacía las playas de Buenaventura hablaban que en ciertos horarios del día se pone picudo el mar.
- ¿Cómo así picudo? -pregunte-
-Si, cómo bravo y peligroso- me contestaron.
Sin embargo, necesitaba estar mar adentro para saber al mar picudo.
Aquí el mar agarro un sentido de reconocimiento mas despierto. Dejo de ser un ente de observación o mejor de contemplación para volverse un momento/ente/presencia que llena de vida mi existencia.
Llena mi vida de existencia porque he visto mas allá. La contemplación era solo un primer paso de respeto y sus reciprocidades se dan al entender.
Con el señor lanchero aprendí dos cosas que instalaron en mí el secreto de cómo el mar esta vivo.
Ahora sé, porque lo sentí adherirse al centro de mi corteza de la memoria, que picudo se refiere a los picos que tiene el mar cuando esta bravo. Esta doctora (la mar) no presta de horarios y en cualquier momento está llena de picos de hierro hechos de agua. Imaginémonos picos como las lanchas, que utilizaban los nómadas cazadores en la pre-historia, tanto en su forma como en su letalidad, que intentaban traspasar la lancha, pero solo golpeaba insistentemente. Sus picos se unían y formaban altas olas, las cuales el lanchero surfeaba con basta destreza. Allí aprendí, entonces, que al mar hay que prestarle atención pues no hay horarios fijos donde tú con seguridad puedas afirmar que pasarás con calma. Es por eso que se debe contemplar y aprender del mar para saber manejarlo entre su turbulencia, para surfearlo, para rodearlo y no cometer la bajeza de ir contra la marea.
El mar esta vivo porque nos enseña.
En la segunda experiencia que miré el mar, de nuevo pacífico, pero en el territorio de Nuquí, pensé mucho en la antropología, haciendo esto que lo mirara de otra forma diferente a la primera vez. Y ella me miro de otra forma y trajo hacía mí las inquietudes más escabrosas.
El conocimiento que tiene el mar y tienen las personas de él me hace sentir que estoy lejos del mundo.
¿Será que es eso lo ha hecho el capitalismo? ¿Será que lo que ha hecho es un desprendimiento del conocimiento valioso?
Yo me miro aquí, mirando de frente al mar, y me siento en el centro de la vida. ¡Y siento que la vida grita!
O que la vida se calla.
Ahora vuelvo a ver las olas desde afuera, y repito conmigo que es un ciclo, lento, predeterminado y calmado.
El mar es el poder de gritar y a la vez el poder de silenciar el mundo.
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